LA RUTA NIPONA: KYOTO (V) - KINKAKU-JI Y PONTOCHO
noviembre 18, 2014Apurando nuestras últimas horas en Kyoto, no podíamos desaprovechar la ocasión de contemplar una de las imágenes de postal más icónicas de Japón: el Kinkaku-ji (Templo del Pabellón dorado).
El Templo del Pabellón Dorado (Declarado Patrimonio de la Humanidad) posee un magnífico jardín y un estanque en frente llamado Kyōko-chi (Espejo de agua). En el estanque existen numerosas islas y piedras que representan la historia de la creación budista.
Sin embargo en 1950 un monje loco le prendió fuego y luego intentó suicidarse. El monje fue arrestado, su madre no pudo con la vergüenza y se suicidó saltando de un tren. El monje fue sentenciado a 7 años de prisión, pero murió antes de cumplir su pena.
En 1955 se terminó de construir una réplica exacta del Kinkaku-ji, aunque a diferencia del original, tanto el segundo como el tercer nivel están cubiertos de oro. En 1987 se aplicó una nueva capa de laca como también un nuevo recubrimiento en hojas de oro. También, se restauró el interior del edificio y las pinturas del mismo. En 2003 se restauró el techo.
En contra de lo que pueda parecer, el recinto está situado en una zona de Kyoto bastante alejada de otras zonas de templos y sin una estación de metro cercana, cosa que no debe impedir su visita, ya que, en contra de lo que yo podría pensar en un principio, no me decepcionó en absoluto, al contrario, una imagen tanta veces vista en postales pensé que acabaría percibiéndola de otra manera.
Resulta obvio, pero es realmente llamativo y hermoso contemplar el Pabellón de Oro cuando el sol decayendo refleja su luz sobre el templo.
Dando los últimos coletazos en nuestra estancia en Kyoto, nos dirigimos al barrio de Pontocho.
Uno de los más afamados distritos de geishas, junto con el de Gion.
Pontocho es emblemático por la arquitectura tradicional de los okiya, tiendas tradicionales y restaurantes de alta cocina que allí se aglutinan.
Y eso que Pontocho, simplemente, está formado por una única calle estrecha y peatonal, que corre paralela al río Kamogawa, desde la calle Shijō hasta la calle Sanjō.
De hecho, todos los restaurantes del lado más cercano al río disponen de terrazas alzadas de madera sobre la ribera de arena que se han convertido en un lugar privilegiado (y caro) donde refrescarse en las húmedas noches del verano de Kyoto.
De todas maneras, pasear por la estrecha callejuela de Pontocho, iluminada con las tenues luces de sus farolillos, ya supone todo un deleite para los sentidos, quizá incluso puedan encontrarse con una geisha auténtica, cosa que no es tan sencilla como podría parecerlo.
Finalizamos nuestra estancia en Kyoto en un bar de la zona, degustando unas cervezas japonesas servidas por una amable camarera de Guadalajara que nos informó bastante sobre las peculiaridades y las diferencias de la gente de Kyoto con los tokiotas.
Nos despedimos de esta milenaria ciudad, al día siguiente nos espera en el sur de Japón, la desagradablemente conocida: Hiroshima.
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