Los caminos de Cohen son inescrutables

octubre 07, 2012


Y el SEÑOR llegó a Madrid.




Dejénme mostrarles mis emociones desde la impresión de una no creyente, una de esas que se presenta en misa con el desconocimiento de lo que va a oir, sabiéndose a si misma roncando a pierna suelta en medio de la homilía, y que sin embargo se despierta de pronto con el estruendo de un aleluya entonado con la perfección y armonia que solo a un coro gospel se le puede suponer... y entonces empieza a creer ... 

Esa era yo, dispuesta a disfrutar del ambiente, del famoseo y de Xabi Alonso, y de sacar la almohada como a la media hora del inicio del evento. Pero no, al final no me fijé en el del Madrid, obnubilada por la presencia del imponente Fito (el de Fitipaldis), y la almohada se quedó con la réflex de Sergio en el fondo del guardarropa.



Reconozco que se me puso la piel de gallina con la mera presencia de Leonard Cohen sobre el escenario, motivada quizá por el señor de mediana edad que con su sombrero lloraba a moco tendido viendo como su idolo (o quizá su Dios) se arrodillaba ante el publico como presagio de la actuación que solo un caballero de los antes podía regalarnos. 

Primer gesto de humildad que sorprende tratándose de alguien de su condición. Una está aconstumbrada a los endiosados idolos indies, pops y"rocanroleros" de su larga trayectoria asistiendo como público a muchos conciertos, y no deja de sorprenderle que un señor de esta trayectoría sea capaz de quitarse el sombrero en las intervenciones de cada uno de los músicos de su banda, de aportar gran protagonismo  a las magníficas componentes de su coro. Y de permanecer en el escenario mucho más de hora y media. Todo sea dicho. 



Simplemente increible.


Como musicalmente me declaro una ignorante en estas lides, solo conocía algunos hits como: "Suzanne""Hallelujah" y "First We Take Manhattan".

Pero aún siendo así, era imposible no disfrutar con los ojos y oídos muy abiertos de un desfile inigualable de melodías y versos a partes iguales, durante cuatro horas, con su pertinente y adecuado descanso para salir a fumar y encontrarse con Carlos Boyero.

Recibimos la segunda parte con más ganas si cabe, igual que el mismísimo Cohen al que le fue imposible despegar del escenario. Perdí la cuenta de los bises, de los aplausos, de las ovaciones, de la gente que se puso en pie y de las palabras cariñosas con las que se despidió.

"Cuán bellos sois. Conducid con cuidado a casa. No pilléis catarros. Y ojalá estéis rodeados de familia y amigos para olvidar la soledad". 

 Y después de 4 horas de concierto se fué y parece que para no volver. Pero nos dejó sus letras y su rasgada voz...

Crónica: Esther Kitkate 

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