Miyajima es una isla declarada Patrimonio de la Humanidad con una naturaleza exuberante, ciervos enviados por los dioses que se mezclan en paz con los transeúntes y tesoros como el santuario sintoísta de Itsukushima y, algo más allá en la montaña, un complejo budista de la secta Shingon fundado por uno de los personajes más célebres de la historia japonesa, el monje Kukai.
La leyenda cuenta que la isla ya se consideraba un terreno sagrado en el remoto siglo VI. El culto primitivo estaría indicado con poco más que un árbol o una piedra abrazados por un cordón sagrado, el sintoísmo más básico y desnudo, la mínima expresión de la religión de la naturaleza. Después se levantaría un pequeño templo, pero el gran santuario de Itsukushima vino después durante uno de los episodios fundamentales de la historia japonesa.
LLegamos en ferry a la pequeña isla y ya desde el mar, las vistas del templo Itsukushima Jinja, con su torii flotante, son espectaculares, están consideradas uno de los paisajes más bellos del archipiélago japonés. En esta ocasión, a las horas que llegamos todo el recinto nos pilló con la marea baja.
Antiguamente sólo se podía acceder a la isla en barca con la marea alta, obligatoriamente cruzando la torii flotante de la bahía.
Al tratarse de una isla sagrada, antiguamente estaba prohibido nacer y morir en ella, por lo que las mujeres tenían prohibido el acceso y los ancianos eran evacuados para que fallecieran en cualquier otro lugar.
En Miyajima, además de un fastuoso templo en forma de embarcadero, que parece flotar sobre el agua cuando la marea está alta, también hay un único y pequeño pueblo que conviene visitar por diferentes razones, tales como los artesanos que muestran su variado trabajo a los turistas y las innumerables delicias culinarias que, al igual que las vistas, se quedarán para siempre en la memoria del viajero.
La magia que envuelve la isla de Miyajima, con su mezcla de naturaleza en estado salvaje y civilización, la transforma en un enigmático destino, casi obligado para todos aquellos que gustan de los contrastes sin estridencias.
Existe un halo de espiritualidad y de belleza en los paisajes de esta isla que difícilmente queda plasmado en las fotografías: hay que estar allí, hay que pisarla para verlo.
Pernoctamos en la ciudad de Hiroshima esa noche, al día siguiente nos esperaba de nuevo Tokio para emprender el largo viaje de vuelta, nos quedaban otras 24 horas para despedirnos del mágico país nipón.